El que calla otorga. En el mundo real sentimos que este adagio es cierto. Al menos, adecuado. Por extensión creemos que la regla se cumple en el espacio virtual, en el chat, en Twitter, en los foros, en Facebook. No, no es así. Ni siquiera cerca. El fenómeno del encarnizamiento online es viejo como Internet. Sé que suena extravagante que algo ya sea viejo en la Red, pero con más de 20 años entre los usuarios particulares y arriba de 40 entre los académicos, ciertos fenómenos empiezan a repetirse.
Las guerras de flames ( flaming o flame war ), como se las conoce, han plagado la paz online desde las épocas de Usenet, servicio fundado en 1980, y se contagió luego al IRC ( Internet Relay Chat , de 1988), los juegos online y los actuales servicios de redes sociales. Es, en pocas palabras, un nutrido, violento y a todas luces inútil intercambio de insultos, sarcasmo y descalificaciones.
La primera reacción de toda persona de bien, cuando es atacada de una forma tan hostil y en público es, por supuesto, responder. Porque el que calla otorga o porque creemos que la meta del flaming es el debate. Qué va.
Las motivaciones y la dinámica de estas guerras de injurias virtuales son bastante complejas, hasta el punto de que hay gente que se ha dedicado a estudiarlas. Existen categorías y hasta movidas concretas dentro de ese ajedrez diabólico de escarnio, afrenta y humillación. Por ejemplo, se llama carnada a ese post que alguien pone en línea específicamente para que los otros usuarios lo ataquen. Ante la reacción, el iniciador soltará una avalancha de dicterios y denuestos. La escalada es inevitable.
Pero no es mi intención estudiar la basura electrónica hoy. No me siento demasiado comprensivo. O científico, quién sabe.
Lo que sí puedo ofrecer es un buen consejo de veterano sobre este asunto. Aquí, el adagio por tener en cuenta es otro. Es ese que dice que cuando uno discute con un tonto parece también un tonto .
Egos maltrechosConvengamos algo: aunque sea por una causa noble, el que apela al insulto y la descalificación se ha quedado sin argumentos, tiene una conducta sociopática o está operando políticamente. El solo hecho de encontrarnos frente a la violencia virtual debería indicarnos que lo peor que podemos hacer es responder, tropezar con la carnada que nos están colocando delante.
Quien ataca en línea no lo hace para vernos sufrir públicamente (no nos ve, de hecho), mucho menos para dañar nuestra reputación (sabe que la suya fue construida a fuerza de ofensas). Lo hace para que reaccionemos. ¿Por qué?
Muchos recurren al ultraje porque se sienten poca cosa. Su acomplejado ego revivirá si respondemos a su aguijón, uno que por regla general nadie nota y que, de tanto usarse, ya es inofensivo, está gastado; basta revisar su historial para descubrir que provocar y maldecir son sus dos actividades principales. Un favor más grande les haremos si, además, intentamos razonar con ellos; redoblarán el vitriolo, será como apagar el fuego con viento, porque les habremos dado el lugar de un interlocutor válido.
También pueden operar en grupo. Estas patotas virtuales son como hidras. Puede que uno consiga cortar una cabeza con argumentos afilados, pero crecerán otras. En general son operadores políticos. Y cuanto más se discuta con ellos, mayor será el daño para nosotros. No están razonando, ni tienen esa intención. En el mejor de los casos, creen a ciegas en algo y están dispuestos a no dar un paso atrás hasta destruir al enemigo. Tolerancia cero, claro. En el peor de los casos, están adrede, metódicamente, intentando devastar lo que entienden como enemigo. La meta del flaming es resonar, hacer ruido, crear una espacio.
Los debates online son fantásticos, uno siempre aprende algo de valor. Se caracterizan porque los participantes intercambian ideas, silogismos, links, documentación. Hace poco tuve uno de esta clase, cuando defendí el derecho de la libre expresión. Días más tarde, discutimos con dos amigos que saben mucho sobre la pobrísima seguridad del software. No sólo no hubo hostilidad en esos dos casos; tampoco había lugar donde encajarla. Era una pieza de otro rompecabezas, el insulto pertenece a otra ideología, a otra mirada del mundo, una donde si alguien piensa de manera diferente entonces, por definición, es malo.
Frente a los que sostienen esta mirada intolerante del prójimo, la táctica correcta es la indiferencia. Contra el sociópata IP, el troll del siglo XXI, el micropuntero a baterías, la fórmula mágica es sencilla y, lo garantizo, infalible: ignórelo . En el IRC hasta teníamos un comando para eso ( /ignore ); en Twitter los puede bloquear. No hay remedio mejor. (Aunque no bloquearlo es todavía más efectivo; ni siquiera ese privilegio le concederemos.)
Uno, que es responsable, piensa en responder. No sirve. De hecho, empeora las cosas.
Ahora, si no puede evitar dar una respuesta, mi consejo es que siga la recomendación de Oscar Wilde:Perdona siempre a tus enemigos, nada los irrita más .